tras mucho meditar sobre mi situación económica, llega un punto en que me doy cuenta de que los gastos, muchos meses, superan los ingresos. entonces tiras de ahorros y parece que un mes compensa a otro. sin embargo, cuando los meses de escasez se alargan, a veces los ahorros llegan a límites que no quieres ver y la preocupación empieza. y te preguntas qué hacer. así que te pones a trabajar en proyectos personales que quizá tenías abandonados, en otros nuevos, en lo que sea. el hambre es la madre del ingenio. lo malo es que la mayoría de proyectos musicales necesitan tiempo para cuajar, y muchas veces invertir dinero, un dinero que parece no ser suficiente del que se genera con el esfuerzo de los conciertos en directo y dar alguna clase en una escuela de música. pero mientras, el fantasma de la bancarrota es inmediato.
la decisión de ir a tocar al metro empieza por una gran sensación de fracaso. parece que amigos y conocidos parecen sobrevivir en mayor o peor forma del arte que comparto con ellos, pero lo hacen. y sin embargo no parece ser suficiente para ti mismo. te cuestionas tu profesionalidad, tu arte, incluso tu dimensión humana. te preguntas qué es lo que hace que el teléfono ya no suene como antes. es un pozo negro en el que es fácil hundirse y quedarse bloqueado.
luego recuerdo épocas mejores y me doy cuenta de que las causas no sean únicamente mías. toco un instrumento de acompañamiento, principal, pero prescindible en muchos casos. así que muchas de las personas que me contrataban, van ahora en formatos más reducidos para recortar gastos y el bajo parece ser una de las primeras víctimas de esa situación. he acompañado a grandes músicos y a muy buenos artistas, eso me recuerda que algo de talento debo albergar, cuando entonces me iban bien las cosas. y he seguido estudiando y practicando y me siento mejor músico ahora que entonces.
el siguiente ogro que aparece es el de la mendicidad, el de la etiqueta social, el del pedigüeño y la vergüenza. y ese también me doy cuenta de que lo llevo encima desde hace tiempo, sin darme cuenta. cada concierto que ido a tocar y que cobraba según taquilla ha sido una mendicidad. sí, porque les he pedido a amigos que vinieran a verme. incluso esta nueva forma de concierto llamada after-pay, que es una forma cool de decir que vas a pasar la gorra. mirado en frío, no veo la diferencia moral entre ofrecer mi arte por la voluntad en un local habilitado para ello o en el pasillo del metro. he tocado en sitios donde la gente bebía y charlaba sin prestar atención a lo que ocurría en el escenario, así que tocar para gente que va a estar de paso sin prestar atención o que no le importa el arte, no es una novedad.
finalmente he pensado que el arte de la música es algo efímero y etéreo, que aunque pueda encapsularse en un CD o una grabación, vive realmente en el aire vibrando, en el momento en que el emisor intenta comunicar algo a un receptor. un pintor puede vender sus cuadros, un escultor sus obras. el músico, como el bailarín o el actor, es un artista de escena, y la escena está allí donde está el arte. y lo que voy a hacer no es mendicidad, no pido dinero a cambio de nada. ofrezco mi trabajo y el arte que pueda tener, en un espacio público, en lugar de un espacio privado. quiero vivir de mi trabajo y he llegado a la conclusión de que hacer mi trabajo no es algo indigno, independientemente de dónde lo haga. así que pronto podréis verme en alguna esquinita o pasillo de las instalaciones del metro, intentando llevar un poquito de arte a la flora y fauna que habita en los intestinos de esa lombriz mecánica gigante que devora las entrañas de la ciudad, llamada metro.
y puede que todo esto no sean más que justificaciones para enfrentarme a una situación que puede parecer triste. quizá sea así. pero desde hace mucho que tengo claro que la felicidad y la alegría depende muchísimo de la actitud y la disposición con la que te enfrentas a los problemas y te mueves por la vida. así que nada de penas ni martirios. tocar en el metro no es más que una situación laboral, como tocar en una boda o amenizar una convención. salvo por una diferencia, voy a tocar lo que me apetezca y voy a intentar disfrutar y aprender al máximo de esta nueva vivencia, y voy a hacerlo con toda la honestidad que pueda, con respeto al transeúnte que me oirá durante unos instantes, y con reverencia al arte al que he sometido mi existencia. cabeza alta y sonrisa. no hay más secreto.
ahora tengo que poner en marcha esta idea. invertir dinero en un amplificador que funcione a pilas y algún detalle más que tengo pensado. y no, ya no siento ni vergüenza, ni fracaso, ni miedo. no existe nada de eso en la supervivencia y en vivir de tu propio esfuerzo.